sábado, 26 de noviembre de 2011

A la memoria de mi padre (VI)

Capítulo VI


El miércoles se presentó temprano al trabajo y comenzó con la faena de surtir la tienda central. Fue a eso de media mañana cuando le avisaron que Don Juan requería de su presencia en el despacho.


- Buenos días, adelante muchacho.
- Buenos días Don Juan. ¿En qué puedo servirle?

El rostro de Don Juan no era el usual, se le notaba serio, austero. A pesar de su usual cortesía, el tono de voz era grave. No era el que él estaba acostumbrado a escuchar. ¿Acaso alguien le habría contado sobre lo del día anterior? ¿Estaría molesto porque no le dijo la verdad? Trataría de explicarle su relación con los muchachos, que era como su única familia.

- Te llamo acá pues no quiero hacerte avergonzar frente a los demás dependientes. Se ha presentado una denuncia en contra tuya por robo.

Quedó pálido, no sabía que contestar ante lo insólito de lo que oía.

- Le he dicho al oficial policíaco que yo mismo te conduciré a la audiencia. Quiero que me cuentes, pues no puedo creerlo, siempre te he considerado una persona honesta.
- Don Juan eso es una mentira, usted sabe que yo no soy persona de robar. ¿Acaso ha faltado algo en el almacén el tiempo que llevo trabajando?
- Esa es mi impresión, pero la acusación es grave; así que sincérate conmigo. El delito fue cometido ayer y tú me dijiste que estabas enfermo.

Alejandro viendo que no tenía otra salida que contar la verdad procedió a narrarle todo lo acaecido el día anterior y su relación afectiva con la cuadrilla de amigos. Don Juan escuchaba escudriñándole el semblante, tratando de leer en el mismo la sinceridad del joven.

- Me hubiese dicho toda la verdad antes de ausentarte y aunque me hubiese contrariado trataría de entender. Pero al mentirme me has puesto en una posición comprometida, ya le declaré al oficial sobre la excusa de tu enfermedad. Pero vayamos hasta la audiencia a ver de qué se trata la acusación y cómo podemos arreglar este enredo.

El tribunal municipal localizado en la calle San José quedaba a un par de cuadras del almacén. Don Juan fue caminando junto al muchacho y entraron por la puerta principal que da a la Plaza de Armas.

- Buenos días oficial, vengo a ver a Don Justino Zacarías, el juez de instancia.
- Buenos días Don Juan, gracias por traernos al encausado. Tome asiento mientras le aviso al juez. Tú muchacho, ven conmigo, hasta que no se vea el caso estás detenido.

Le trasladaron a la celda provisional que se tiene para los que compadecen a juicio. Una hora más tarde se presentaba ante el juez.

- Todos de pie, el honorable tribunal entra en sesión.

Comenzó el desfile de los encausados del día para alegar inocencia o aceptar culpabilidad. En cada instancia la fiscalía exponía la prueba correspondiente y se debatía someramente. El juez determinaba al instante cualquiera de las siguientes alternativas: culpable para quien admitiera los cargos, asignando una posterior fecha para sentencia; inocente para donde la prueba presentada era demasiado pobre o contradictoria; y sumariado o con fianza para un posterior juicio a fondo, ya que el imputado no admitía los hechos pero la prueba desfilada era robusta.

     Alejandro fue el sexto en presentarse en sala.

- Diga su nombre al honorable tribunal
- Alejandro
- ¿Alejandro qué? ¿Acaso no tiene usted padre y madre?
- Alejandro Rivera, que dicen se apellidaba mi mai.
- ¿Cómo se declara usted de los delitos imputados por el ministerio público?

Don Juan se levantó y tomó la palabra.

- Honorable juez, pido de su venia para intervenir por el muchacho, es muy joven y no conoce de estos procedimientos y formalidades. Agradeceré me informen quién le acusa y de qué delito. ¿Con qué pruebas se evidencia la alegación?

El juez, que previamente se había entrevistado con el peticionario, conocía de la buena pro de Don Juan Urrutia. Dándole una mirada al fiscal de instancia dijo:

- Haremos una excepción por esta vez al procedimiento normal de esta corte en consideración que el acusado es un menor de edad y nos solicita una persona distinguida dentro de nuestra sociedad. Licenciado Clavel, puede usted ponernos al tanto de los pormenores del caso.

El licenciado Clavel, representante del ministerio público, se acercó al estrado e invitó a Don Juan para que se aproximara. Hablando en un volumen bajo y en un tono sosegado, tal que el resto de los presente no oyera, procedió a informar los detalles del caso.

- Temprano en la mañana de hoy se presentó en el cuartel de la calle Marina, el señor Atanasio Bermúdez. Denunció que esta madrugada al despertarse para ir a su trabajo se percató que le faltaba dinero en su cartera. Dice que ayer cobró el jornal de dos semanas de trabajo y ésta consiente que le faltan alrededor de cuarenta pesos (sic dólares). Alega que ayer en la tarde vio al imputado en la taberna de Don Eulogio Sotomayor, localizada en la calle Luna, celebrando con una padilla de callejeros y pagando a todos sus compinches por lo que consumían. Por eso, esta mañana atando cabos, dedujo de dónde salió el dinero y denunció al ladrón.
- Luego de realizada la denuncia se originó la investigación de rigor. Don Eulogio Sotomayor confirmó la celebración, pero dijo que era por un botín que los muchachos habían encontrado en el fondo de la bahía. Añadió que como son cosas de muchachos no puede afirmar ni negar la veracidad de lo que decían.
- Más tarde acudió un oficial de ley a donde pernocta el acusado. Solicitó y obtuvo el permiso del dueño del apartamento para requisar el cuarto del imputado. Hallándose allí escondido en una bolsa debajo de la colchoneta del catre la cantidad de treinta y cinco pesos, que se presupone es el fruto del delito denunciado.
- A mi entender el caso es evidente.
- O muy circunstancial, replicó Don Juan.

Don Justino alzó la mano solicitando a los dos calma. Conocía de referencia a los dos involucrados. A Alejandro por que en ocasiones había llevado mandados a su residencia y su esposa le había comentado de lo responsable que era el muchacho. A Atanasio, el Chano, por medio de la impresión que le había dado su hija de lo contado por su amiga Lucrecia.

- Este asunto lo terminamos aquí y ahora. El caso queda sobreseído. Dudo sobre tal acusación, si el joven tuviese tal inclinación hace tiempo lo hubiésemos detectado. Constantemente lleva mandados y cobra en efectivo lo cual le daría oportunidad para sisar y por la experiencia que se ha tenido nos dice lo contrario. De otro lado no hay una explicación razonable de cómo obtuvo el dinero. Dándole la duda al Señor Bermúdez se le restituirá lo encontrado a cambio de que no prosiga con su alegación.


- Don Juan, usted hable con el Señor Alcalde. Él me comentaba en pasados días de una institución, que no es cárcel, donde muchachos como Alejandro, que no tienen familia, pueden estudiar y aprender oficios. Sospecho que aunque la acusación sea falsa, el mantenerlo expuesto al mismo ambiente puede llevar a que se descarrile. Mejor cortemos por lo sano. Que aunque de momento duela el que se le envié a la institución, más tarde lo agradecerá.

Dando un malletazo llamó al siguiente caso.

31 de julio 2009



Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com







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