miércoles, 9 de noviembre de 2011

A la memoria de mi padre (IV)

Capítulo IV


Se recogió lo mejor que se pudo el patio. En su centro junto a la fuente se colocó el féretro. Con la tenue luz de los cirios se llevaron a cabo los rezos. Don Andrés, vecino del apartamento continuo, dirigió los rosarios.

     Al día siguiente en una ceremonia sencilla se efectuó el entierro. No hubo tiempo ni para la bendición del sacerdote, eran tantas las víctimas que dejó el santo, San Felipe.

     Doña Paca y Don Andrés, vecinos del edificio, comenzaron a debatir que se haría del muchacho, ahora ya con once años cumplidos.

- Doña Paca, ¿ahora quién se hará cargo de ese muchachito?
- A mí ni me preguntes, yo con mis seis apenas me alcanza. Por acá podría arrimarse, pero sin compromisos.
- Por mi puede seguir durmiendo en la cocina, eso sí espero que el casero no se entere, pues lo arroja. Como por ahí hay tantos vecinos metiche se les puede soltar la lengua.
- Entonces acabará como los otros que andan sin techo por esas calles y sin ninguna supervisión.


     Alejandro siguió durmiendo en la cocina y a su manera siguió ganándose el sustento ya fuese haciendo mandados u otros trabajos pequeños. Pero no duró mucho el arreglo, tal como había predicho Don Andrés uno de los vecinos alertó al casero del inquilino ilegal.

- Don Eusebio no es por nada. A mí me da igual, pero sabe que por las noches pernocta en la cocina un muchacho.
- ¿Pero cómo es que no me habían informado? Aquí se paga por vivir bien, no estamos en beneficencia, se deja uno y luego se nos llena residencia de ellos. ¿Cómo es que los demás vecinos no se han quejado?
- No, si yo no me quejo, pero si después falta algo no se vaya a sospechar de los que cumplimos.
- Estaré en vela, hasta hoy le llegó su día. Que se busque otra madriguera.


El bochorno que pasó con el casero fue humillante, desde entonces evitaba repetir de a mucho el arrimarse en un lugar particular. Se comenzó a pelear con los otros callejeros para lograr el mejor resguardo nocturnal. Con el transcurso del tiempo se ganó el respeto de los demás muchachos por ser bravo e inteligente. Luego de Herminio, que era el líder de la cuadrilla, era a él a quien acudían para resolver los problemas y rencillas.

- Alejo, el Chano me ha cogido de zuruma. Me envió a comprarle un bacalao y después que le devolví el cambio no quiso pagarme el mandao.
- La próxima vez tú cobras antes de darle el cambio. Bueno, que te pase para que aprendas. Pero como Dios no se queda con na de nadie, esta tarde lo agarramos en la taberna cuando esté bajito.

El Chano tenía fama de pendenciero al cual todos le sacaban el calzo, le trataba de a lejitos. El hombre entrado a sus treinta era de estatura mediana, pero fornido por la naturaleza de su trabajo. Trabajaba como estibador en los muelles de carga y ganaba su buena plata. Sus amigos eran de interés, ya que le gustaba darse su palo y pagar de vez en cuando las rondas a quienes les acompañaban. Estos, a cambio del ron gratis, tenían que celebrar las fanfarronerías del mismo. La verdad era que a pesar de su atractivo físico y su ingreso seguro ninguna mujer lo aguantaba por lo tosco de su trato. La última, Lucrecia, una muchacha hacendosa y de muy buenas costumbres desistió dar el paso semanas previas al casorio. Ello era la comidilla del día, pero sin que él se enterara. Desde entonces se había vuelto más a la bebida, dicen que para olvidarla.

     La taberna de la calle Luna era muy concurrida a tempranas horas de la noche. El estrecho local tenía un largo mostrador donde los parroquianos sentados en taburetes o a pie charlaban contando las incidencias de la jornada laboral, opinando sobre el beisbol o los acontecimientos políticos del momento. Empleando frases pre acordadas solicitaban bebidas al mesero, era la forma de poder obtener un trago burlando la prohibición oficial al licor. Según apuraban los tragos empezaban a hacer gala de su hombría contando lances amorosos fuesen reales o imaginarios.

     Los chicos callejeros se acercaban al local con tal de entretenerse escuchando los comentarios e historietas inventadas. Igualmente aprovechaban por ver si algo caía cuando los parroquianos, por motivo del consumo, se volvían generosos pagando a los demás. Chano era uno de esos.

- Eulogio sírveme acá dos palos, le voy a pagar uno al Alejo, a ver si ya de verdad es un macho.

Era costumbre ofrecerles un trago de ron a los muchachos para reírse de ellos cuando se arresmillaban al quemarse la garganta. El poder pasar el trago era muestra de hombría.

     Alejandro, ahora Alejo, que ya rondaba por sus catorce quedó algo sorprendido ante el ofrecimiento; pero lo vio como una oportunidad para a su vez desenmascarar al Chano. Los parroquianos se apostaron en círculo para ver el espectáculo.

- Toma muchacho para que sepas como bebemos los machos.
- Está bien generoso esta noche, venga acá y le demuestro.

Trago hondo, aguantando la respiración y apuró el palo. Se lo hechó rápido al cuerpo sin llegar a saborearlo. Sintió un calentón en todo su ser. Aguantó las ganas de vomitar, le ardieron los ojos en fuego pero reprimió las lágrimas. Todos le aplaudieron. El Chano hizo una muesca de asco. Él, que pensaba reírse viendo al muchacho desconcertado, quedó disgustado.

- Bueno, uno lo aguanta cualquiera, a ver si se aguanta otro.
- Deje eso Don Chano, ya con uno pasé la prueba; pero si quiere puede darme el dinero para pagarle el mandao que le quedó debiendo esta tarde al Oscar.

Resonaron las carcajadas, en particular los de la cuadrilla en las afuera del local.

- Mira parejero, así no se le habla a un adulto.

Tomando el vellón de cinco que costaba el trago lo arrojó de mala forma al suelo. Sin miramientos Alejo lo recorrió y salió corriendo para evitar que también le soltara una bofetada.


Juan Ricardo Germán




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