domingo, 25 de septiembre de 2011

A la memoria de mi padre (I)

Capítulo I


Se aproximaba la hora de llevar al niño hasta el colegio. Ella se desesperaba pues el chico no aparecía.

- ¡Alejandro…!
- ¡Alejandroooo!


Daba voces tratando que se apresurara; no quería recibir nuevamente una amonestación de la Sor por traer al niño tarde.

- Madre cálmese a lo mejor se ha retrasado en el retrete, usted sabe que muchos lo ocupan a esta hora antes de partir a sus quehaceres.

Antonio siempre trataba de inventarse alguna excusa para que su madre no fuese a regañar al muchacho.

- Pues desde mañana le levanto más temprano, tal que esté media hora antes de salir listo. Imagínate si no es ahí, donde podrá aprender algo.

Doña Griselda, la planchadora del barrio, quería al niño; pero su mayor preocupación era que se hiciese un hombre de bien. Era lo que había encomendado la madre del muchacho antes de que se la llevaran.

- Por caridad cuídamelo. Yo no estoy bien y no sé cuando pueda volver a verle.

Ya habían transcurrido seis años. Griselda, que ya tenía suficiente carga con sus tres, no tuvo corazón para negarse. Recogiendo las escasas vestimentas se llevó a la diminuta criatura para criarle con la esperanza que su madre sanase en breve tiempo y devolvérselo. Nunca pasó por su mente que aquella separación fuese a ser tan prolongada. Por ello siempre le dijo al niño la verdad, que su madre estaba de viaje y algún día regresaría a buscarle. Desde que Alejandro tuvo uso de razón aceptó como buena la explicación, en todo caso otros de sus compañeros en el colegio tampoco vivían con sus madres ni sabían que era eso.

     El Colegio de Párvulos situado a cuatro cuadras de la Calle del Cristo era una institución educativa religiosa. Fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX, último de la dominación española. En el mismo se enseñaba las primeras letras y números a los menores de diez años residentes en la parte antigua de la ciudad. Las hermanas de la Orden Guadalupana impartían los conocimientos elementales y los principios espirituales con amor pero también con rigurosidad.

     El pequeño edificio de mampostería consistía de cuatro amplios salones, un pequeño patio interior, la oficina y la capilla de oración. Todo ello con una hermosa vista hacia el Océano Atlántico, ya que la calle paralela adyacente queda a un nivel inferior. El segundo piso de la edificación era el destinado al convento.

     Acudían al aula párvulos de todas clases sociales. El amor cristiano no discriminaba, eso a los que provenían de familias con suficientes ingresos se le asignaba una matrícula de acuerdo a su capacidad. Con ese ingreso, los patronazgos fijos, los donativos esporádicos y las renuentes aportaciones del obispado, que hubiese preferidos religiosas del norte, alcanzaban para cubrir los costos del grupo de becados. Los gastos de las sores se financiaban aparte, pues eran subvencionados por sus familiares y aportaciones desde la sede de la orden en la Madre Patria.

     Por fin apareció el muchacho y tirándole de la oreja añadió:

- ¿Qué no te las lavaste bien? Esta tarde te las dejo como nuevas, hace rato que te estoy llamando, no quiero te vuelvan a regañar por tardanza.

De prisa subieron por la calle Cristo hasta la del Sol y luego directo hasta el Colegio.

- Ave María Purísima
- Sin pecado concebida
- Ahorita mismo comenzaba a repicar la campana para que entren en la capilla. Te salvaste de un campanazo.

Alejandro sonrió a Sor y sin esperar a más corrió junto a sus compañeritos.

- Es un buen muchacho, sólo un poco intranquilo.
- De lo que hablamos los otros días ya tienes algo pensado.
- No sé qué hacer, apenas me alcanza con lo que plancho. Tendré que apuntarlo en la escuela normal, que pena que ustedes sólo lleguen a tercer grado. Aún me den una beca allá en San Agustín no tendría para el uniforme y los cinco centavos de la merienda diaria.
- Una pena, tiene una gran capacidad de aprender.

Doña Griselda regresó lentamente, por desgracia esa no era la única preocupación en esos días. La crisis económica en que se había sumido el país luego del corte de comercio con la península y la estrangulación del mercado local por los nuevos señores para monopolizar con sus productos y empresas, precipitaban la emigración. Eran varios los destinos. Aquellos con familiares en España conseguían acomodo con sus parientes; los que contaban con recursos se movían hacia Santo Domingo para comenzar nuevamente sus negocios. Los obreros partían hacia el norte, ya fuese recogiendo frutos en las granjas agrícolas o como operarios en los talleres industriales.

- Madre no podemos seguir aquí, nos está comiendo la miseria. Pablo me escribió desde Nueva York dice que allá hay muchas fábricas y se consigue empleo. Él aprendió suficiente inglés para entenderse con el “boss”, los demás del barrio hablan español como nosotros. Usted sabe a conciencia que ya la gente apenas le trae ropa y a otros le plancha por caridad pues no tienen con qué pagar.

En sus adentros sabía que lo que el hijo decía era cierto. Él, a sus veintidós años, era un ejemplo viviente, no encontraba trabajo. Sus dos hijas tampoco tendrían futuro. ¿Quién se casaría con unas muchachas sin dote? Las estrecheces comenzaron diez años antes con la muerte de su marido a causa de tuberculosis. Desde entonces con su plancha y el pequeño caudal del difunto había podido sufragar las necesidades del hogar. Justo ayer el casero le había dado aviso de que si no pagaba el alquiler tendría que desahuciar.

- Antonio, hijo, ten fe que Dios aprieta….
- Si, pero al parecer desde hace tiempo también nos ahoga. Mire ya llevo meses sin poder traer un céntimo.

La idea de mudarnos hacia el interior y vivir de la agricultura, ni pensarlo. ¿Acaso no ve como la gente del campo sale de allá para amontonarse alrededor de la ciudad para más tarde saltar el charco e irse a Nueva York?

- ¿Pero Antonio, que yo hago con ese niño?
- Madre, nos lo llevamos.
- ¿Pero si regresa su madre, que va a pensar, es su hijo?
- ¿La mujer aquella? No se sabe donde la llevaron, sabrá Dios si aún vive. En todo caso si nos vamos a la miseria no tendremos para nosotros ni para él. Piense en nosotros sus hijos, a lo mejor lo puede dejar en algún orfelinato, o en casa de alguna persona caritativa como usted misma. Será en lo que nos establecemos, luego mandamos a buscarlo.




Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com



Continúa en el Capítulo II



domingo, 18 de septiembre de 2011

Los tres de allende los mares

Querido hijo:

No te he comprado nada, no lo haré hasta la semana que regrese a casa de este viaje que he hecho para conseguir un empleo; no vaya a ser que se pueda estropear. Sin embargo voy a aprovechar a contarte un cuento que tus hermanos saben pero nunca te han querido contar. Esto me enteré cuando tenía más o menos tu edad. Es la historia de Los tres de allende los mares.

     "Todo movimiento de personas que se desplazan sobre el globo terráqueo, en especial cuando se trata de largas distancias, atrae la atención de sus congéneres. Tal fue el caso de nuestros amigos cuando llegaron a esta ínsula camino al Campamento Guajataka. Eran Tulio, Eskeban y Alejandrino.


     Tulio el mayor de ellos era de complexión morena y poseía una blonda cabellera. Eskeban era alto, blanco, de pelo hirusto color bermejo. Por su parte, Alejandrino se parecía más a nosotros, aunque sus ojos eran intensos de un color añil.


     Los tres provenían de una isla equidistante entre los continentes americano, europeo y africano. La historia de su pueblo se remontaba a los arcaicos tiempos en que se produjo el hundimiento de la Atlántida, sí la misma Atlántida que fue mencionada por Homero y los egipcios como desaparecida hace más de diez milenios.


     Aunque sabían nuestro idioma Tulio, Eskeban y Alejandrino lo hablaban con un acento peculiar, similar al acento vasco. Eso fue lo que me informaron, aunque no puedo dar fe personal de ello por no conocer ninguna persona de esos lares.


     El cómo y porque Tulio, Eskeban y Alejandrino decidieron venir hasta Guajataka es digno de contar. Comenzó un día de verano mientras el joven Alonso Rivera se encontraba a las orillas de la playa. Había acudido junto a su familia al pasadía, pero aburrido de que sus hermanos mayores no le hacían caso y cansado de jugar con su hermano menor aprovechó un descuido de sus padres y se dirigió a un extremo solitario del balneario. Al llegar a ese extremo pensó: 'Me gustaría conocer personas diferentes de otras razas y latitudes. Que tal si les envío un mensaje'. Divisando una botella vacía de un elaborado vino francés, extrajo de su mochila la libreta y escribió la siguiente nota:


- Soy Alonso, me gusta jugar e ir al Campamento Guajataka. Si alguien encuentra mi nota que me escriba.


Presto, arrancó la hoja de su cuaderno y la introdujo en la botella. Colocó un corcho y sacando todas sus fuerzas la arrojó a las rugientes aguas del Atlántico océano. Corriendo volvió al lado de la familia antes que lo echaran de menos. Los mismos se preparaban para regresar al hogar pues según avanzaba el crepúsculo se multiplicaban los enjambres de zancudos y majes haciendo su escante. Se encontraban en la afamada playa Mosquito del litoral norte.


     Aciagos días pasó la botella con la nota bamboleándose al ritmo de las olas en alta mar. Al cabo de varios meses arribó a las orillas de un acantilado, en la isla equidistante de los tres continentes. Inicialmente fue ignorada, posteriormente fue pateada por un borracho al darse cuenta que no contenía el anhelado vino.


     Más, en una bonita mañana, cuando Tulio caminaba hacia su escuela la divisó y apartó hacia unos matorrales para recogerla en el viaje de regreso. Ese día estuvo muy aplicado en sus tareas y fue compensado cuando la maestra le puso una estrellita en la cartilla. Al salir se juntó con Alejandrino para ir jugando de vuelta al hogar. Volaron sus chiringas a la vez que caminaban y a Tulio por poco se le olvida la botella. Por suerte al pasar por ese lado del camino un rayito de sol hizo resplandecer el noble envase y el mismo fue descorchado al instante por los dos amigos. Llenos de curiosidad sacaron la nota y leyeron el mensaje. Cuál no sería su perplejidad ya que aunque la nota mencionaba al Campamento Guajataka no hacía referencia al país de procedencia.


     Intrigados por este hallazgo fueron esa noche a casa de Eskeban a ver si él podía ayudarles a descifrar el enigma. Eskeban cursaba estudios en otra escuela y era miembro de los Jóvenes Pioneros Internacionales. Al ver las palabras campamento y juego, razonó que tal vez se trataba de algún muchacho de su edad que vivía al otro lado del océano; aunque su nombre, Alonso, no era similar a los empleados en su isla; buscarían más información. Invitó a Tulio y Alejandrino que le acompañaran a la reunión de los pioneros que se celebraba los viernes por la noche en la parroquia que estaba camino hacia la playa.


     Acudieron a la reunión y conocieron a otros niños de su edad divirtiéndose de maravillas. Les resultó gracioso eso de formarse en filas, hacer ejercicios, decir juramentos, contestar preguntas que harían en caso de que les pasara tal o cual imprevisto estando solos en una jungla, y cosas así por el estilo. Concluida la reunión y los juegos se aprestaron a ir a donde Don Palechio, consejero adulto del grupo, para consultar sobre la nota. Don Palechio, un señor ya entrado en años, le pareció inicialmente una chanza de los jovenzuelos. Ante la insistencia de éstos y la seriedad que mostraban comentó:


- Los orientaré sobre qué hacer para descifrar de dónde vino esa nota, pero ustedes tendrán que hacer el trabajo de resolverlo.


Encaminándose a una buhardilla situada al fondo del salón de reuniones abrió una pesada puerta y extrajo unos grandes libros. Uno de ellos era un mapamundi y el otro una enciclopedia de información sobre los países y los idiomas que se hablaban en cada uno.


- Tienen que buscar en estos dos libros para determinar el país de origen de esa nota. Se los prestaré por esta semana pero tienen que regresármelos el próximo viernes.


Como era ya tarde, de noche, los amigos emprendieron rápido el viaje de regreso a sus casas. Por el camino comenzó una fuerte lluvia con relámpagos y truenos. Temerosos que se fuesen a mojar los libros de Don Palechio se refugiaron en una cueva. La cueva era oscura y de un lado de ella emanaba un olor hediondo que a cualquiera le daría ganas de salir corriendo y dejar los mamotretos allí tirados. El viento ululaba por las madrigueras de murciélagos y ratas. Las serpientes se arrastraban buscando refugio en los nichos más recónditos de la gruta. De súbito una luz brillante iluminó la cueva y a los pocos segundos estallaba un trueno ensordedor, entonces con espanto vieron el esqueleto abrazado a un cofre. Metiéndose los libros bajo las camisas salieron corriendo desesperados para llegar a sus respectivos hogares. Los padres, que ya estaban inquietos por la tardanza de los muchachos en aquella noche tormentosa, les recibieron con alivio.


     A las seis cantaron los gallos al salir el sol, amaneció despejado. Luego de hacer sus deberes semanales: recoger y limpiar el cuarto, ayudar en la casa y hacer los mandados al colmado; el grupo de amigos pudo reunirse al mediodía. Abrieron los libros y comenzaron a estudiar los mapas descartando posibles sitios de donde pudo haberse generado el mensaje. Eliminaron a la China, el Japón, la India, Australia y los países asiáticos en general. Estimaron imposible que llegara de algún país sur americano que sólo tuviese costas en el Pacífico. De forma similar hicieron con aquellos africanos que dan sólo hacia el Índico, tal como Madagascar, Mozambique o Somalia.


     Centrándose en los posibles países de donde pudo surgir el enigmático mensaje pasaron a consultar el otro libro que le proporcionó Don Palechio, el libro que contenía los idiomas. En esta isla equidistante de los tres continentes se habla el portugués, por eso los tres jóvenes decidieron excluir a Portugal, Angola y Brasil. El mensaje no estaba escrito en su idioma natal. Aún con ello quedaba una pléyade de posibilidades entre los países de habla española. Cansados de tanto estudio e investigación dejaron de lado los libros para ir a jugar con las canicas y a la vez comentar sobre la experiencia de la noche anterior en la cueva.


     A eso de la media tarde regresaron a sus hogares para hacer la merienda, que es lo que se acostumbra por esos lares, pues hasta las ocho no se cena. La mamá de Alejandrino le preguntó qué habían estado haciendo, pues contrario a otros días de asueto la ropa no se veía manchada de tierra y sudor por los juegos. Él le narró a su madre la historia de la botella, y la madre le dijo:


- Muchachito, me hubiese preguntado que yo se lo decía a tu papá. En sus años de mozo trabajó como marino mercante y recorrió en barcos todo ese litoral, al igual que el Gran Almirante siglos ha, por eso es que le apodan Alejo Corremundos. Espera a que él llegue del trabajo en la pescadería, seguro que podrá ayudarles.


Por su parte, en la casa de Eskeban, éste le manifestó a su padre la inquietud que traía con la nota. El padre le declaró:


-Hijo, yo cuando joven viajé con mi padre por tierras de América, en particular visitamos las Antillas Mayores donde ese nombre que mencionas me recuerda algunos de los que emplean para nombrar sus comarcas. Me acuerdo de Camagüey, Guayanilla y Yaguate, entre otros.


Reuniéndose después de la siesta, a eso de las cinco, Alejandrino y Eskeban le comunicaron a Tulio lo que comentaron en sus casas. Decidieron hablar con Don Palechio al fin de juntar todos los papás y por fin descifrar el misterio. El bondadoso anciano acogió la idea con agrado citando una reunión el martes por la tarde en la cantina cercana a la pescadería.


     Ese martes todo era excitación entre los adolescentes, además de Don Palechio y los progenitores se unieron a la discusión los parroquianos del establecimiento. Cada uno aportaba su opinión basada en las experiencias surcando los mares o en sus conocimientos geopolíticos aprendidos en la escuela. Finalmente concluyeron que de acuerdo a la morfología de la nota la misma estaba escrita en español y su procedencia era la isla de Borinquen.


     Unánimemente respaldaron la sugerencia de Don Jao, dueño de la taberna, para que se escribiera a Lisboa tal que el cónsul portugués consiguiera la dirección de Alonso. Tulio, Eskeban y Alejandrino no cabían en sí, entusiasmados por todo lo aprendido y la expectativa de conocer al incógnito amigo. Tal fue el caso que, entrelazando unas y otras iniciativas unidas a la visión en la cueva la noche de la tormenta, lograron obtener los fondos necesarios para realizar el viaje.


     En la mañana del 22 de marzo del año 1962 se encaminaron a la capital, Ponta Delgada, y adquirieron sus pasajes de avión para volar a Puerto Rico. Los contactos que hicieran por mediación del cónsul permitió que hicieran sus reservaciones en Guajataka para la última semana de junio. Se habían enterado por medio de los contactos con la organización equivalente a los Pioneros Internacionales que el que originó el mensaje estaría allí".

Sobre la tremenda sorpresa que se llevó Alonso ese día del encuentro, al saber que su mensaje había sido recibido por alguien y todo lo acontecido a los cuatro jóvenes durante esa semana de campamento, te lo contaré en otra ocasión.

     Tal fue el caso que aprendimos: A nunca perder la fe en que nuestros mensajes, por más lejanos que se remitieran o por más que tardasen en contestarse, siempre llegarían a un feliz término. Por su parte Tulio, Eskeban y Alejandrino obtuvieron el resultado de hacerle caso a Don Palechio y ser consecuentes en su búsqueda del enigmático origen de la insignificante botella enviada por Alonso. De esta manera lograron hacer la travesía de su vida que siempre recordarán.

Sin nada más por el momento.

Te quiere, tu padre.

Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com

En la Florida, Junio 1997