martes, 25 de octubre de 2011

A la memoria de mi padre (III)

Capítulo III

En los meses de vacaciones aprendió la rutina de la repartición de fiambreras y el anotar en una libreta lo que pagaban los clientes. Doña Crucita cuadraba las cuentas y se encargaba de cobrar a los morosos para hacer las advertencias correspondientes.

- Yo no soy caridad para que me cojan de zoquete, al que no me paga le monto el batahola del siglo para que todos los vecinos se enteren.

Durante ese verano hizo amistad con otros niños del mismo vecindario y durante las mañanas acudían hasta la playita de Punta Pará.

- Ya vas a ver qué fácil es eso de nadar y zambuir, una vez aprendes no sé te olvida.
- Y no tengas miedo, que aquí el que no se ahoga sale un experto.

La playa de Punta Pará estaba localizada a cinco o diez minutos de camino al este del Fuerte San Cristóbal, en la carretera norte hacia Puerta de Tierra que conduce al parque Muñoz Rivera. Se descendía por un atajo de piedra caliza hasta llegar a la arena. Allí de frente se agitaban las olas del Océano Atlántico que rompían en los arrecifes, dejando entre éstos y la orilla una poza tranquila donde los muchachos nadaban.

- Ten cuidado con no pisar los erizos que luego duele como demonio el sacar las espinas.

Luego de jugar en la orilla y acostumbrarse al agua, se iniciaba el proceso de aprender a nadar. Caminaban por la parte llana hasta el arrecife y luego con cuidado sobre el mismo hasta el centro de la piscina natural.

- Juanjo, ayúdame que aquí hay un valiente vamos a tirarlo.

Entre gritos y riserías lo tomaron de los pies y las manos lanzándolo en medio de la poza. Como gato boca arriba se comenzaba a agitar tal como le habían indicado hasta lograr llegar a la parte más llana donde los pies hallaron donde pisar. Algunos salían todos llorosos por el agua tragada, pero para que no los tildaran de cobardes volvían a repetir la hazaña. Con el tiempo mal o bien todos aprendían a nadar o mejor decir a defenderse en el agua.

- Ahora coge aire, así como yo, que se te llenen el pecho y te pones a nadar por debajo del agua. Mira a ver si puedes recoger esta piedra que voy a tirar al fondo.

Con esta lección práctica los nuevos nadadores aprendían el arte de zambuir que de gran utilidad le serviría en su futuro, pero que también sería motivo de desgracias.

- Muchachito tu cada día te me pones mas morenito, no debes tomar tanto sol. Un día de estos te confunden y creen que eres de Cangrejos. Hasta el pelo se te ha vuelto grifo. No quiero perderte y que por equivocación te manden para allá; después, ¿quién me  llevará las comidas?

Doña Crucita bromeaba con el bronceado de la piel de muchacho por sus continuas incursiones en la playa.

- Cuando empiece la escuela, fuera de los sábados no te quiero ver en esa playa.
- Si madrina como mande.

A mediados de agosto comenzó el nuevo curso escolar, se inició en su cuarto grado. La escuela normal situada próxima al Teatro Tapia era un plantel grande comparado al Colegio de Párvulos. Se brindaban clases del primero al octavo grado de elemental. Las clases como parte del proyecto de americanización se impartían en inglés. La gran mayoría de los docentes no dominaban tal idioma, excepto dos o tres americanos provenientes de Nueva Inglaterra importados para liderar el proceso.

- Good morning children. I am Mrs. Smith. This is the English class.
- Good morning Miser Esmit.

Los chicuelos repetían como papagayos las lecciones impartidas, adivinando por las ilustraciones en los libros a que se referían.

- Repeat after me. My dog says bow wow, mi kitten says meow.

Los niños repetían como autómatas tratando de imitar lo mejor posible a la maestra.

- Repit after mi. Mai dog sai bou  guau, mai quiten sai meau.
- No me imaginaba que los gatos y los perros en los niuyores hablaran diferentes que los de aquí. Parece que los gatos americanos se la pasan meando.

Entre reprimidas carcajadas los estudiantes se esforzaban en aprender de memoria aquellas lecciones.

     La adusta Mrs. Smith, en sí la señora Evangeline Smith, era esposa de un capitán asignado al Fuerte Brooke, antiguo San Felipe del Morro. Decidió acompañar a su marido y a su vez cumplir con la labor misionera para la iglesia episcopal. Según sus mejores intenciones era impostergable sacar a los nativos de la nueva posesión americana de la ignorancia cultural y religiosa hispana.

- La jincha papuja esa del moño parao se parece a la loca Marcolina. Si no fuese porque es maestra del difícil estaría para atar y meterla en al manicomio.
- Sra. Sánchez no diga eso. Recuerde que ella viene con buenas intenciones. Representa el progreso cultural de nuestra nueva metrópoli.
- No lo digo por lo que pueden enseñarnos, es por la forma en que quieren imponernos su cultura e idioma, tal como si nosotros fuésemos unos ignorantes.
- Chitón Sánchez, que pueden acusarla de sediciosa.

Entre los educadores existía la división entre los que apoyaban el proceso de transculturización y los que se oponían al mismo por considerarlo una afrenta al sentido nacional. En aquellos años se mal entendía que estos últimos defendían la preservación de los valores de la Madre Patria en vez de lo autóctono del país.

     Alejandro de vez en cuando escuchaba tales controversias pero no entendía el por qué de la discusión. Para él, al igual que muchos de su generación, todo era un asunto entre los adultos. Entendía normal lo que acontecía en su escuela. Mientras tanto proseguía su vida, sus tareas y sus afanes sin importarle tales disquisiciones. Comenzaba a encariñarse con su madrina.

     Comenzó con una fuerte brisa, se sucedieron los portazos y el volar de hojas en los árboles y arbustos. Los habitantes se miraban como preguntando. El cielo amaneció encapotado.

- Me parece que será como el 26 cuando soplo el viento fuerte y varios techos volaron.

La madrina le ordenó poner las trancas en las persianas y puertas del apartamento. Luego entre ambos retiraron la cama de la ventana.

- Por si viene lluvia con viento.

Hubo unos chubascos fuertes, pero más tarde salió el sol, aunque el viento arreciaba.

- ¿Madrina vendrá orto San Liborio?
- De San Liborio nos libre Dios. Pero por si las moscas bajemos a la cocina, allá es más resguardado.

Al medio día se dio la alarma.

- Huracán, huracán se avecina. Aseguren la propiedad y la vida.

De pronto resonó un martilleo general mientras la población trataba de asegurar sus viviendas. Comenzó el ulular del viento, los vientos recios, los vientos de galerna. Las negras nubes aceleraron su marcha. Se desató un relámpago, luego otro, luego miles, luego varios. El viento aceleró su paso.

- Mijo salgase de ahí que se están desprendiendo las planchas de zinc.

El chirrido en los techos se pronunció. Entre el estruendo del viento se percibían los golpes secos de los desprendimientos en las estructuras. Luego un sepulcral silencio.

- No salgan de los refugios esto no es más que el ojo del fenómeno que pasa.

Con la claridad, Don Romualdo se aventuró a ver los daños ocasionados a su zapatería. Un golpe de viento impulsó una plancha de zinc que le cercenó el cuello. Gritos de mujeres y niños se oían a lo lejos. Volvió a soplar ahora desde el sur el viento. Crujió con furia como queriendo arrancar de cuajo todo lo que quedaba en pie. A lo lejos otro grito desesperado, un olor a quemado, otra crepitación de estructura o árbol.

     Agachado en la cocina contemplaban el temporal. Imaginaban pero sin certeza que los estragos serían catastróficos. Al amanecer amainó el viento. Comenzó a salir la claridad entre las nubes. Doña Crucita beso a su ahijado.

- Déjame ver como ha quedado todo, espérame aquí hasta que regrese.

No regresó. La encontraron tiesa en medio del patio. Parece que murió de repente, sobrevivió la tormenta pero no el destrozo de su vivienda.




Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com





lunes, 17 de octubre de 2011

Amor filial - Abuelos

Pasada la hora de la siesta vespertina una amable voz interrumpiendo la música de fondo anunció por el sistema de altoparlantes:


- Por el buen comportamiento durante la pasada semana esta noche haremos una visita al Museo del Louvre.

No se oyeron los esperados aplausos que Sor Raquel anhelaba. Aparte de una u otra sonrisa, lo que prevaleció entre los quince o veinte internados fueron las caras de decepción.

- Por favor, Sor Raquel, hable con la Madre Superiora a ver si nos deja ver la novela esta noche, ya están en los capítulos culminantes y después se nos pierde la trama.

Habituada ya a estas repugnancias de los pensionados, Sor Raquel se limitó a contestar:

- Ya de novelas está llena la vida como para desperdiciar la ocasión de enriquecerla con un poco de cultura. Entre lo que vio ayer y verá mañana será fácil reconstruir el capítulo de esta noche. Después de todo serán un par de besos, alguna discusión entre los personajes y uno que otro llantén melodramático.

Doña Gloria sabía que no tendría más alternativa. Las monjas siempre se salían con la suya obligándolos ver las aburridas diapositivas de “visitas” a lugares refinados. No obstante ello, prefería verbalizar su contrariedad tal que constara y ver si algún día le devolvían la libertad de seleccionar a gusto el qué ver o hacer en las horas del asueto nocturnal.

     Haciéndose la de oídos sordos a los comentarios de la pensionada, Sor Raquel continúo empujando la silla de ruedas de Don Eulogio a fin de colocarlo en el salón de entretenimientos.

- Sor Raquel, Dios por fin atendió a mis ruegos. Me avisaron que mañana mi hijo vendrá a visitarme.


- Me alegro Don Eulogio, uno nunca debe rendirse. Dios siempre escucha nuestras peticiones. Él siempre nos conduce por senderos misteriosos.

Don Eulogio sostenía la conversación con la Sor, empleando premeditadamente un mayor volumen en su voz, tal que todos a su alrededor se enteraran.

- Siempre se los he dicho, aunque algunos no me han creído. Tengo un hijo que me quiere, pero debido a sus muchas obligaciones, usted sabe como son los trabajos hoy día, no ha tenido oportunidad de visitarme.

Los pensionados que estaban alrededor se miraron entre sí intercambiando unas miradas de compasión y otras de ironía.

- Desde la trágica muerte de Amparo nunca más he vuelto a hablar en persona con mi hijo. La gente me decía que él nunca superó el trauma de nuestro divorcio, no sé por qué. Siempre le proveí el sustento material y aún después de todos estos años, en la carta mensual le envío religiosamente su mesada. Mientras perduró el matrimonio con su madre precaví de guardar las apariencias, aunque todos conocían de mi relación sentimental con la secretaria. Esperé a que fuese mayor de edad, fue entonces que decidí romper con toda aquella farsa matrimonial de veinticinco años. En aquel entonces cedí la mayor parte de lo que me correspondía de los bienes gananciales a favor de mi hijo y su madre. Al no ser nuestro divorcio una ruptura contenciosa mantuvimos una relación armónica. Una vez divorciado me abstuve de casarme nuevamente, para ese entonces ya la secretaria había sido sustituida por otras aventuras amatorias. Asistí a la boda de mi hijo y como regalo de boda pagué el costo del viaje de luna de miel a Florencia. Amparo y yo desfilamos juntos en la ceremonia al igual que lo hicimos en el bautismo de nuestros dos nietos; cumplimos fielmente con todas las formalidades sociales esperadas.


     Luego de diez años de divorciado decidí contraer segundas nupcias con Brenda. Entonces, al parecer se rompió la ilusión de que algún día mi hijo regresaría junto a su madre. Él y los nietos dejaron de frecuentarme. En mis visitas a su residencia percibí la frialdad y el distanciamiento, por ello decidí no imponerles mi presencia en su vida. Me limité al envío de la correspondencia mensual.


     La pobre Amparo murió en la que fue nuestra residencia de casados. Dicen que fue por un coma diabético, con lo tanto que le advertí que se cuidara de la condición. Aunque separados siempre mantuvimos comunicación. Auxiliado por Brenda me encargué del funeral. Allí nos reunimos todas las viejas amistades del barrio y los familiares. De parte de Amparo sólo quedaba una hermana mayor, la cual mandé a buscar con el chofer a Fajardo, porque carecía de transportación. Mi hijo y los nietos, que ya eran mayores, me dieron un espaldarazo al momento de sacar el ataúd. El encuentro se prolongó hasta la cena que efectuamos al concluir las exequias fúnebres. Más tarde todo ha sido silencio.


     Me separé de Brenda hace un par de años, decidió probar fortuna con un político en ascenso. No sólo se rompió la relación sino que en el proceso se quedó con las ferreterías que poseíamos. En aquel entonces le escribí a mi hijo en la carta mensual mi venida a menos. Nunca recibí una respuesta directa, pero se preocupó, por lo que le comentó al compay Julián:


- Mira a ver ese pai mío es como la yerba mala, aunque la pisen nunca muere.


Sentí orgullo de sus palabras, aún de una forma peyorativa demostraba quererme. Luego más tarde fue que me dio el ataque. Ahora dependo de esta silla de ruedas y la bondad de este asilo.

La noche transcurrió rauda. Aprovecharon la momentánea salida de Sor Raquel al retrete y aceleraron las diapositivas del Louvre.

- Virgen Santísima que rápido ha sido la presentación apenas llevamos quince minutos y ya está próxima a concluir.

Doña Gloria sonrió sarcástica a la Sor pensando para sí, "por lo menos podré ver el final del capítulo". A las diez de la noche dieron el primer aviso para que los ancianos se retiraran a sus recámaras. Don Eulogio, sin necesidad de ocupar a Sor Raquel, guió la silla hasta su alcoba. Iba feliz, mañana irían a visitarle.

     Más tarde, en la noche, mientras la Feliciana recogía el salón de actividades encontró debajo de uno de los butacones un cheque de quinientos dólares, el que Don Eulogio enviaba mensualmente al hijo. Interrumpió su labor y se lo llevó directamente a Sor Juana.

- Bendito sea Dios, al viejo al parecer se le extravió este cheque el mes pasado. Iré a colocarlo en su mesita de noche así lo encontrará en la mañana.

25 de mayo del 2010
Toa Baja, Puerto Rico

Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com




miércoles, 12 de octubre de 2011

A la memoria de mi padre (II)

Capítulo II


El 14 de junio del 1925, en medio de un cielo grisáceo y una pertinaz llovizna, partió el vapor "Delaware" con rumbo al puerto de Nueva York. Desde el muelle se agitaban blancos pañuelos dando el adiós a los emigrantes. Saltaba una que otra lágrima de parte y parte; una novia que ve partir a su amado o una madre que desconoce si volverá a ver a su hijo. Igualmente hay sonrisas de esperanzas en que los que parten conseguirán un mejor futuro en el continente y algún día regresen triunfantes al lar nativo.

     Doña Griselda no tuvo el corazón para acercarse a la baranda. De lejos divisó aquella manita agitando su pañuelo para decirle adiós. Fue Antonio el que vendió a Doña Crucita lo útil que le podía ser el niño.

- Mire el muchacho no requiere de gran cosa, un camastro y lo que a usted le sobre de comida. Ya está en la edad de hacer mandados y puede aprovecharlo de repartidor para llevar las fiambreras a sus clientes. Así hasta se ahorra un sueldo.

Doña Crucita después de cavilar un poco contestó:

- Pueden dejármelo, ahora parte del ingreso se va en pagar al repartidor. Eso sí, espero que no sea mañoso.
- Él ha estudiado estos tres años en el Colegio de Párvulos; usted sabe que las monjas instruyen muy bien en eso de Dios y sus Mandamientos.
- No me lo adobes mucho que del agua mansa…., de dioses y mandamientos está lleno el mundo y mira a ver tú, para qué.


La noche previa se había puesto su coraza de valentía cuando razonó con el niño los motivos para partir a Nueva York. Le explicó que se quedaría con Doña Crucita por si regresaba su madre. Se lo expuso en sencillas palabras con dulzura; aquella dulzura que le había negado para no encariñarse con él y luego lamentar si su madre regresaba a quitárselo. Le dijo lo buena que era la señora con quien se quedaría y que le escribiría. Le recordó siempre rezar sus oraciones “Con Dios me acuesto, con Dios….”, el Padre Nuestro, el Ave María; que esa madre y su padre del cielo siempre le protegerían. El niño se acostó apenado, lloró en silencio, pero no dijo nada.

- Mira, si ya ni se le ven las caras, así que mejor nos vamos. Tengo que preparar la comida para esta tarde y decirte las reglas de la casa.

Alejandro, enjuagando una lágrima, cambió el semblante; le sonrió y se asió de su mano.

     La fonda de Doña Crucita era en sí un ventorrillo, una puerta, localizada en la calle Tanca. A pesar de vender a transeúntes, en particular los estibadores del muelle, su fuerte era la distribución de fiambreras a los residentes de la periferia.

     Vivía en el mismo edificio, en un apartamento del segundo nivel al fondo del patio interior del inmueble. El mismo consistía de un amplio cuarto dormitorio, una salita de estar que daba al balcón y una covacha mediana donde se colocaría el catre del chico. Para el negocio ocupaba un extremo de la cocina comunal; para ello pagaba adicional al alquiler de su apartamento. La puerta de la cocina que daba a la Tanca hacía las veces de mostrador para atender al público.

     En el patio interno del edificio se localizaba una fuente, que previo a la instalación de las modernas cañerías, era utilizado como cisterna para abastecer de agua a los inquilinos. El área del patio regularmente era sitio para tenderetes y se empleaba según fuese menester como salón de celebración de festividades o capilla fúnebre. En el perímetro del patio se encontraban las facilidades comunes tal como la cocina, la lavandería, los fregaderos, las duchas y los retretes. En las dos puertas laterales a la principal una era ocupada por la fonda y otra por una zapatería. Los dos pisos superiores eran ocupados por las familias inquilinas, que dependiendo del número de los miembros de las mismas era el tamaño del espacio alquilado, siendo el de Doña Crucita uno de los de menor tamaño.

- Hijo aquí serás donde duermas. Tienes que hacer tus necesidades antes de acostarte, Una vez yo cierre la puerta de noche nadie entra o sale. Si tienes necesidad usarás la bacineta. Todas las mañanas te encargarás de vaciar las bacinetas en el retrete y luego las enjuagas. A eso del las cinco comienzo el día preparando frituritas y emparedados para el desayuno. A más tardar te quiero listo allá abajo a las siete y no te olvides nunca de poner el candado en la tranca de la puerta.


- Te voy a matricular en la escuela normal, pero tendrás que ir por tu cuenta, que no puede quedarse el negocio solo. A más tardar te me regresas a las tres de la tarde para comenzar con la repartición de fiambreras. Sobre la ruta y el cobro luego te explico.


- No quiero travesuras ni recibir quejas de tus maestros; mucho menos que te dediques a la ratería o al ocio. Anda listo si no quieres recibir la pela que se le perdió a Magollo, yo para zurras con las manos me basto. Para el que te pregunte, le dices que soy tu madrina, quien quiera más información que venga y me pregunte.

Alejandro escuchaba a la señora sin entender la mitad de las cosas que decía. Pero solo tenía la seguridad que no estaría desamparado como otros niños de su edad que vagabundeaban por la ciudad. El se conocía todas las calles, por lo que no preveía dificultad en ser repartidor. Lo que no le hacía gracia era eso de encerrarse de noche y tener que vaciar las bacinetas en la mañana. En casa de Doña Griselda no se encerraban, pero allá vivían más personas.




Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com