Esta tarde salió el cortejo, se la llevaron; se marchó definitivamente de mi lado. Sentí nostalgia, una profunda congoja, una angustia, hasta se me aguaron los ojos y tragué hondo al verla partir. Ahora escribo tal que no la olvide, tal que descanse en paz. Escribo por la necesidad de transmitir lo que siento, es que no soy persona de hablar. Desde siempre me enseñaron a ser taciturno, mudo, contestar en monosílabas y si es posible por señas; nunca manifestar opiniones o sentimientos. Ser una persona insustancial.
La conocí al final de las vacas flacas, más bien al final de las esqueléticas, que flacas aunque engordando con las más recientes lluvias, aún están. Transitaba por el período donde nos percatamos que, a pesar de los muchos estudios o experiencias profesionales, luego de traspasar el medio siglo nos convertimos en bagazo, en despojos para las corporaciones oficiales. El momento en que dejamos de ser asalariados y comenzamos a ver cómo nos las ingeniamos para llevar sustento al hogar. Con cuatro aún por levantar, que aún no se habían emancipado, me faltaba aún un largo trecho.
Fue para ese entonces que me reinventé, comencé a chiripear, hacer lo que se presentara con tal de ganar algunos reales. Como parte del invento decidí ser un agricultor aficionado y procesar parte de la cosecha que cultivara en la finquita. Finca que compré al "compay" Miguel, previendo que algún día dejaría de ser viable en la fábrica manufacturera. Se acabarían los escritorios en las oficinas con aires acondicionados y tendría que doblar el lomo. Habría de abrirme el camino así fuera a machetazos. Cumplir como fuese la obligación contraída al traer mis hijos al mundo hasta que se bastaran por sí mismos.
La vi atractiva, nítida, robusta, reluciente. Era tan blanca como la nieve y sus ojos dos luceros brillantes. Al penetrar en su ser sentí un aire refrescante, renovaba mi energía, me sentí como mozuelo con su primera conquista. Comenzamos juntos trascurrir, a vibrar al unísono. Fue un amor a primera vista; sería mi nueva amante. Iniciamos nuestra travesía, nuestros paseos íntimos. Junto a ella veía el mundo diferente, como en los años de juventud y bonanza. Temprano escapábamos e íbamos a recorrer caminos. Ascendíamos montañas llegando hasta algún proyecto industrial que requiriera por alguna casualidad de nuestro conocimiento especializado; con el transcurso del tiempo fueron menos, pocos, ningunos. Mientras tanto ella me esperaba discreta en lo que terminaba mi labor. En los fines de semana nos fugábamos hacia la finca, disfrutábamos del rocío de la mañana y en ocasiones de la niebla que se produce en los meses invernales.
En esas instancias nunca me negó su calor reconfortante. Exudaba optimismo al comenzar un nuevo ciclo en la vida. Desde ahora, junto a ella, sería yo mi propio dueño; un hombre libre que por su propio esfuerzo definiría su porvenir. Plantaría nuevas siembras, talaría lo sembrado, abriría surcos, iniciaría sendas y caminos en el bosque, acamparía bajo el raso de un estrellado cielo, cosecharía los frutos, los procesaría y vendería en el mercado. Allá en la altura, en "Ciales" que es decir cielo, siempre me ayudo a cargar los frutos cosechados; fuese café, chinas, naranjas, toronjas, ñames, chayotes, panas, guineos o yautías. Otras cosas nunca supo, pues las llevé en los bolsillos del pantalón por ser más livianos: cundiamor para la diabetes, higuillo para los cálculos renales o granos de achiote de colorante.
Nunca fue celosa que montara algún pasajero; en todo caso discreta. Si la situación con el transeúnte era tensa subía el volumen de su voz cantando. Decir que todo fue perfecto entre nosotros sería mentir, hubo desavenencias. En más de una ocasión tal vez por mi negligencia, se puso mala, se descompuso en medio del trayecto y me vi apremiado en buscar un remedio que atendiera su mal. Le di su libertad, tampoco soy tan posesivo como para no compartir mi pan con los demás. Aunque en esas ocasiones me quedaba con el corazón en las manos, esperando que pronto regresara a mi lado. Pero a pesar de todo siempre seguimos, más agradable fueron las aventuras evadiéndonos a ignotos parajes, lugares desconocidos donde el amor compartimos.
Maduramos juntos, quizás yo más que ella por haberla encontrado tarde en mi vida. De los ideales iniciales, los frutos económicos, los materiales; esos fueron exiguos, pocos. A pesar de su esfuerzo yo ya no tenía ni la edad o sabiduría para sacarle provecho. Siempre he sido mal vendedor. Nunca entró en mi psiquis que al alguien decir no puedo o no quiero comprar lo que vendes, se refería a los productos ofrecidos y no a mi persona.
Fue en el pasado verano austral, aunque acá. en el hemisferio septentrional. En unas de sus salidas donde no estuve presente. Se dieron circunstancias imprevistas, se produjo una colisión. Por suerte su acompañante, que es sangre de mi sangre salió ileso, sin ningún rasguño. Me llamó desesperado para dar la mala nueva. Ella, ella, mi compañera quedó agonizante. Tras un mes acudí al especialista que me notificó que su vida no era viable.
Hoy se produjo su muerte definitiva. Cerré un capitulo de mi vida. Ese, el intermedio en el que dejamos de ser mayores para convertirnos en viejos. Donde decimos adiós a las tardías ilusiones y comenzamos a prepararnos para la otra vida.
Hoy le dije adiós, a mi vieja camioneta, a mi Ford Ranger.
En la noche llamé al amigo que la condujo a su nueva vida. Me dijo que había llegado bien a la altura, que había llegado bien hasta el cielo.
Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjame tus comentarios o consultas aquí. Gracias