Capítulo III
En los meses de vacaciones aprendió la rutina de la repartición de fiambreras y el anotar en una libreta lo que pagaban los clientes. Doña Crucita cuadraba las cuentas y se encargaba de cobrar a los morosos para hacer las advertencias correspondientes.
- Yo no soy caridad para que me cojan de zoquete, al que no me paga le monto el batahola del siglo para que todos los vecinos se enteren.
Durante ese verano hizo amistad con otros niños del mismo vecindario y durante las mañanas acudían hasta la playita de Punta Pará.
- Ya vas a ver qué fácil es eso de nadar y zambuir, una vez aprendes no sé te olvida.
- Y no tengas miedo, que aquí el que no se ahoga sale un experto.
La playa de Punta Pará estaba localizada a cinco o diez minutos de camino al este del Fuerte San Cristóbal, en la carretera norte hacia Puerta de Tierra que conduce al parque Muñoz Rivera. Se descendía por un atajo de piedra caliza hasta llegar a la arena. Allí de frente se agitaban las olas del Océano Atlántico que rompían en los arrecifes, dejando entre éstos y la orilla una poza tranquila donde los muchachos nadaban.
- Ten cuidado con no pisar los erizos que luego duele como demonio el sacar las espinas.
Luego de jugar en la orilla y acostumbrarse al agua, se iniciaba el proceso de aprender a nadar. Caminaban por la parte llana hasta el arrecife y luego con cuidado sobre el mismo hasta el centro de la piscina natural.
- Juanjo, ayúdame que aquí hay un valiente vamos a tirarlo.
Entre gritos y riserías lo tomaron de los pies y las manos lanzándolo en medio de la poza. Como gato boca arriba se comenzaba a agitar tal como le habían indicado hasta lograr llegar a la parte más llana donde los pies hallaron donde pisar. Algunos salían todos llorosos por el agua tragada, pero para que no los tildaran de cobardes volvían a repetir la hazaña. Con el tiempo mal o bien todos aprendían a nadar o mejor decir a defenderse en el agua.
- Ahora coge aire, así como yo, que se te llenen el pecho y te pones a nadar por debajo del agua. Mira a ver si puedes recoger esta piedra que voy a tirar al fondo.
Con esta lección práctica los nuevos nadadores aprendían el arte de zambuir que de gran utilidad le serviría en su futuro, pero que también sería motivo de desgracias.
- Muchachito tu cada día te me pones mas morenito, no debes tomar tanto sol. Un día de estos te confunden y creen que eres de Cangrejos. Hasta el pelo se te ha vuelto grifo. No quiero perderte y que por equivocación te manden para allá; después, ¿quién me llevará las comidas?
Doña Crucita bromeaba con el bronceado de la piel de muchacho por sus continuas incursiones en la playa.
- Cuando empiece la escuela, fuera de los sábados no te quiero ver en esa playa.
- Si madrina como mande.
A mediados de agosto comenzó el nuevo curso escolar, se inició en su cuarto grado. La escuela normal situada próxima al Teatro Tapia era un plantel grande comparado al Colegio de Párvulos. Se brindaban clases del primero al octavo grado de elemental. Las clases como parte del proyecto de americanización se impartían en inglés. La gran mayoría de los docentes no dominaban tal idioma, excepto dos o tres americanos provenientes de Nueva Inglaterra importados para liderar el proceso.
- Good morning children. I am Mrs. Smith. This is the English class.
- Good morning Miser Esmit.
Los chicuelos repetían como papagayos las lecciones impartidas, adivinando por las ilustraciones en los libros a que se referían.
- Repeat after me. My dog says bow wow, mi kitten says meow.
Los niños repetían como autómatas tratando de imitar lo mejor posible a la maestra.
- Repit after mi. Mai dog sai bou guau, mai quiten sai meau.
- No me imaginaba que los gatos y los perros en los niuyores hablaran diferentes que los de aquí. Parece que los gatos americanos se la pasan meando.
Entre reprimidas carcajadas los estudiantes se esforzaban en aprender de memoria aquellas lecciones.
La adusta Mrs. Smith, en sí la señora Evangeline Smith, era esposa de un capitán asignado al Fuerte Brooke, antiguo San Felipe del Morro. Decidió acompañar a su marido y a su vez cumplir con la labor misionera para la iglesia episcopal. Según sus mejores intenciones era impostergable sacar a los nativos de la nueva posesión americana de la ignorancia cultural y religiosa hispana.
- La jincha papuja esa del moño parao se parece a la loca Marcolina. Si no fuese porque es maestra del difícil estaría para atar y meterla en al manicomio.
- Sra. Sánchez no diga eso. Recuerde que ella viene con buenas intenciones. Representa el progreso cultural de nuestra nueva metrópoli.
- No lo digo por lo que pueden enseñarnos, es por la forma en que quieren imponernos su cultura e idioma, tal como si nosotros fuésemos unos ignorantes.
- Chitón Sánchez, que pueden acusarla de sediciosa.
Entre los educadores existía la división entre los que apoyaban el proceso de transculturización y los que se oponían al mismo por considerarlo una afrenta al sentido nacional. En aquellos años se mal entendía que estos últimos defendían la preservación de los valores de la Madre Patria en vez de lo autóctono del país.
Alejandro de vez en cuando escuchaba tales controversias pero no entendía el por qué de la discusión. Para él, al igual que muchos de su generación, todo era un asunto entre los adultos. Entendía normal lo que acontecía en su escuela. Mientras tanto proseguía su vida, sus tareas y sus afanes sin importarle tales disquisiciones. Comenzaba a encariñarse con su madrina.
Comenzó con una fuerte brisa, se sucedieron los portazos y el volar de hojas en los árboles y arbustos. Los habitantes se miraban como preguntando. El cielo amaneció encapotado.
- Me parece que será como el 26 cuando soplo el viento fuerte y varios techos volaron.
La madrina le ordenó poner las trancas en las persianas y puertas del apartamento. Luego entre ambos retiraron la cama de la ventana.
- Por si viene lluvia con viento.
Hubo unos chubascos fuertes, pero más tarde salió el sol, aunque el viento arreciaba.
- ¿Madrina vendrá orto San Liborio?
- De San Liborio nos libre Dios. Pero por si las moscas bajemos a la cocina, allá es más resguardado.
Al medio día se dio la alarma.
- Huracán, huracán se avecina. Aseguren la propiedad y la vida.
De pronto resonó un martilleo general mientras la población trataba de asegurar sus viviendas. Comenzó el ulular del viento, los vientos recios, los vientos de galerna. Las negras nubes aceleraron su marcha. Se desató un relámpago, luego otro, luego miles, luego varios. El viento aceleró su paso.
- Mijo salgase de ahí que se están desprendiendo las planchas de zinc.
El chirrido en los techos se pronunció. Entre el estruendo del viento se percibían los golpes secos de los desprendimientos en las estructuras. Luego un sepulcral silencio.
- No salgan de los refugios esto no es más que el ojo del fenómeno que pasa.
Con la claridad, Don Romualdo se aventuró a ver los daños ocasionados a su zapatería. Un golpe de viento impulsó una plancha de zinc que le cercenó el cuello. Gritos de mujeres y niños se oían a lo lejos. Volvió a soplar ahora desde el sur el viento. Crujió con furia como queriendo arrancar de cuajo todo lo que quedaba en pie. A lo lejos otro grito desesperado, un olor a quemado, otra crepitación de estructura o árbol.
Agachado en la cocina contemplaban el temporal. Imaginaban pero sin certeza que los estragos serían catastróficos. Al amanecer amainó el viento. Comenzó a salir la claridad entre las nubes. Doña Crucita beso a su ahijado.
- Déjame ver como ha quedado todo, espérame aquí hasta que regrese.
No regresó. La encontraron tiesa en medio del patio. Parece que murió de repente, sobrevivió la tormenta pero no el destrozo de su vivienda.
Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com
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