miércoles, 12 de octubre de 2011

A la memoria de mi padre (II)

Capítulo II


El 14 de junio del 1925, en medio de un cielo grisáceo y una pertinaz llovizna, partió el vapor "Delaware" con rumbo al puerto de Nueva York. Desde el muelle se agitaban blancos pañuelos dando el adiós a los emigrantes. Saltaba una que otra lágrima de parte y parte; una novia que ve partir a su amado o una madre que desconoce si volverá a ver a su hijo. Igualmente hay sonrisas de esperanzas en que los que parten conseguirán un mejor futuro en el continente y algún día regresen triunfantes al lar nativo.

     Doña Griselda no tuvo el corazón para acercarse a la baranda. De lejos divisó aquella manita agitando su pañuelo para decirle adiós. Fue Antonio el que vendió a Doña Crucita lo útil que le podía ser el niño.

- Mire el muchacho no requiere de gran cosa, un camastro y lo que a usted le sobre de comida. Ya está en la edad de hacer mandados y puede aprovecharlo de repartidor para llevar las fiambreras a sus clientes. Así hasta se ahorra un sueldo.

Doña Crucita después de cavilar un poco contestó:

- Pueden dejármelo, ahora parte del ingreso se va en pagar al repartidor. Eso sí, espero que no sea mañoso.
- Él ha estudiado estos tres años en el Colegio de Párvulos; usted sabe que las monjas instruyen muy bien en eso de Dios y sus Mandamientos.
- No me lo adobes mucho que del agua mansa…., de dioses y mandamientos está lleno el mundo y mira a ver tú, para qué.


La noche previa se había puesto su coraza de valentía cuando razonó con el niño los motivos para partir a Nueva York. Le explicó que se quedaría con Doña Crucita por si regresaba su madre. Se lo expuso en sencillas palabras con dulzura; aquella dulzura que le había negado para no encariñarse con él y luego lamentar si su madre regresaba a quitárselo. Le dijo lo buena que era la señora con quien se quedaría y que le escribiría. Le recordó siempre rezar sus oraciones “Con Dios me acuesto, con Dios….”, el Padre Nuestro, el Ave María; que esa madre y su padre del cielo siempre le protegerían. El niño se acostó apenado, lloró en silencio, pero no dijo nada.

- Mira, si ya ni se le ven las caras, así que mejor nos vamos. Tengo que preparar la comida para esta tarde y decirte las reglas de la casa.

Alejandro, enjuagando una lágrima, cambió el semblante; le sonrió y se asió de su mano.

     La fonda de Doña Crucita era en sí un ventorrillo, una puerta, localizada en la calle Tanca. A pesar de vender a transeúntes, en particular los estibadores del muelle, su fuerte era la distribución de fiambreras a los residentes de la periferia.

     Vivía en el mismo edificio, en un apartamento del segundo nivel al fondo del patio interior del inmueble. El mismo consistía de un amplio cuarto dormitorio, una salita de estar que daba al balcón y una covacha mediana donde se colocaría el catre del chico. Para el negocio ocupaba un extremo de la cocina comunal; para ello pagaba adicional al alquiler de su apartamento. La puerta de la cocina que daba a la Tanca hacía las veces de mostrador para atender al público.

     En el patio interno del edificio se localizaba una fuente, que previo a la instalación de las modernas cañerías, era utilizado como cisterna para abastecer de agua a los inquilinos. El área del patio regularmente era sitio para tenderetes y se empleaba según fuese menester como salón de celebración de festividades o capilla fúnebre. En el perímetro del patio se encontraban las facilidades comunes tal como la cocina, la lavandería, los fregaderos, las duchas y los retretes. En las dos puertas laterales a la principal una era ocupada por la fonda y otra por una zapatería. Los dos pisos superiores eran ocupados por las familias inquilinas, que dependiendo del número de los miembros de las mismas era el tamaño del espacio alquilado, siendo el de Doña Crucita uno de los de menor tamaño.

- Hijo aquí serás donde duermas. Tienes que hacer tus necesidades antes de acostarte, Una vez yo cierre la puerta de noche nadie entra o sale. Si tienes necesidad usarás la bacineta. Todas las mañanas te encargarás de vaciar las bacinetas en el retrete y luego las enjuagas. A eso del las cinco comienzo el día preparando frituritas y emparedados para el desayuno. A más tardar te quiero listo allá abajo a las siete y no te olvides nunca de poner el candado en la tranca de la puerta.


- Te voy a matricular en la escuela normal, pero tendrás que ir por tu cuenta, que no puede quedarse el negocio solo. A más tardar te me regresas a las tres de la tarde para comenzar con la repartición de fiambreras. Sobre la ruta y el cobro luego te explico.


- No quiero travesuras ni recibir quejas de tus maestros; mucho menos que te dediques a la ratería o al ocio. Anda listo si no quieres recibir la pela que se le perdió a Magollo, yo para zurras con las manos me basto. Para el que te pregunte, le dices que soy tu madrina, quien quiera más información que venga y me pregunte.

Alejandro escuchaba a la señora sin entender la mitad de las cosas que decía. Pero solo tenía la seguridad que no estaría desamparado como otros niños de su edad que vagabundeaban por la ciudad. El se conocía todas las calles, por lo que no preveía dificultad en ser repartidor. Lo que no le hacía gracia era eso de encerrarse de noche y tener que vaciar las bacinetas en la mañana. En casa de Doña Griselda no se encerraban, pero allá vivían más personas.




Juan Ricardo Germán
E-mail: amendezjr@hotmail.com



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