- Por el buen comportamiento durante la pasada semana esta noche haremos una visita al Museo del Louvre.
No se oyeron los esperados aplausos que Sor Raquel anhelaba. Aparte de una u otra sonrisa, lo que prevaleció entre los quince o veinte internados fueron las caras de decepción.
- Por favor, Sor Raquel, hable con la Madre Superiora a ver si nos deja ver la novela esta noche, ya están en los capítulos culminantes y después se nos pierde la trama.
Habituada ya a estas repugnancias de los pensionados, Sor Raquel se limitó a contestar:
- Ya de novelas está llena la vida como para desperdiciar la ocasión de enriquecerla con un poco de cultura. Entre lo que vio ayer y verá mañana será fácil reconstruir el capítulo de esta noche. Después de todo serán un par de besos, alguna discusión entre los personajes y uno que otro llantén melodramático.
Doña Gloria sabía que no tendría más alternativa. Las monjas siempre se salían con la suya obligándolos ver las aburridas diapositivas de “visitas” a lugares refinados. No obstante ello, prefería verbalizar su contrariedad tal que constara y ver si algún día le devolvían la libertad de seleccionar a gusto el qué ver o hacer en las horas del asueto nocturnal.
Haciéndose la de oídos sordos a los comentarios de la pensionada, Sor Raquel continúo empujando la silla de ruedas de Don Eulogio a fin de colocarlo en el salón de entretenimientos.
- Sor Raquel, Dios por fin atendió a mis ruegos. Me avisaron que mañana mi hijo vendrá a visitarme.
- Me alegro Don Eulogio, uno nunca debe rendirse. Dios siempre escucha nuestras peticiones. Él siempre nos conduce por senderos misteriosos.
Don Eulogio sostenía la conversación con la Sor, empleando premeditadamente un mayor volumen en su voz, tal que todos a su alrededor se enteraran.
- Siempre se los he dicho, aunque algunos no me han creído. Tengo un hijo que me quiere, pero debido a sus muchas obligaciones, usted sabe como son los trabajos hoy día, no ha tenido oportunidad de visitarme.
Los pensionados que estaban alrededor se miraron entre sí intercambiando unas miradas de compasión y otras de ironía.
- Desde la trágica muerte de Amparo nunca más he vuelto a hablar en persona con mi hijo. La gente me decía que él nunca superó el trauma de nuestro divorcio, no sé por qué. Siempre le proveí el sustento material y aún después de todos estos años, en la carta mensual le envío religiosamente su mesada. Mientras perduró el matrimonio con su madre precaví de guardar las apariencias, aunque todos conocían de mi relación sentimental con la secretaria. Esperé a que fuese mayor de edad, fue entonces que decidí romper con toda aquella farsa matrimonial de veinticinco años. En aquel entonces cedí la mayor parte de lo que me correspondía de los bienes gananciales a favor de mi hijo y su madre. Al no ser nuestro divorcio una ruptura contenciosa mantuvimos una relación armónica. Una vez divorciado me abstuve de casarme nuevamente, para ese entonces ya la secretaria había sido sustituida por otras aventuras amatorias. Asistí a la boda de mi hijo y como regalo de boda pagué el costo del viaje de luna de miel a Florencia. Amparo y yo desfilamos juntos en la ceremonia al igual que lo hicimos en el bautismo de nuestros dos nietos; cumplimos fielmente con todas las formalidades sociales esperadas.
Luego de diez años de divorciado decidí contraer segundas nupcias con Brenda. Entonces, al parecer se rompió la ilusión de que algún día mi hijo regresaría junto a su madre. Él y los nietos dejaron de frecuentarme. En mis visitas a su residencia percibí la frialdad y el distanciamiento, por ello decidí no imponerles mi presencia en su vida. Me limité al envío de la correspondencia mensual.
La pobre Amparo murió en la que fue nuestra residencia de casados. Dicen que fue por un coma diabético, con lo tanto que le advertí que se cuidara de la condición. Aunque separados siempre mantuvimos comunicación. Auxiliado por Brenda me encargué del funeral. Allí nos reunimos todas las viejas amistades del barrio y los familiares. De parte de Amparo sólo quedaba una hermana mayor, la cual mandé a buscar con el chofer a Fajardo, porque carecía de transportación. Mi hijo y los nietos, que ya eran mayores, me dieron un espaldarazo al momento de sacar el ataúd. El encuentro se prolongó hasta la cena que efectuamos al concluir las exequias fúnebres. Más tarde todo ha sido silencio.
Me separé de Brenda hace un par de años, decidió probar fortuna con un político en ascenso. No sólo se rompió la relación sino que en el proceso se quedó con las ferreterías que poseíamos. En aquel entonces le escribí a mi hijo en la carta mensual mi venida a menos. Nunca recibí una respuesta directa, pero se preocupó, por lo que le comentó al compay Julián:
- Mira a ver ese pai mío es como la yerba mala, aunque la pisen nunca muere.
Sentí orgullo de sus palabras, aún de una forma peyorativa demostraba quererme. Luego más tarde fue que me dio el ataque. Ahora dependo de esta silla de ruedas y la bondad de este asilo.
La noche transcurrió rauda. Aprovecharon la momentánea salida de Sor Raquel al retrete y aceleraron las diapositivas del Louvre.
- Virgen Santísima que rápido ha sido la presentación apenas llevamos quince minutos y ya está próxima a concluir.
Doña Gloria sonrió sarcástica a la Sor pensando para sí, "por lo menos podré ver el final del capítulo". A las diez de la noche dieron el primer aviso para que los ancianos se retiraran a sus recámaras. Don Eulogio, sin necesidad de ocupar a Sor Raquel, guió la silla hasta su alcoba. Iba feliz, mañana irían a visitarle.
Más tarde, en la noche, mientras la Feliciana recogía el salón de actividades encontró debajo de uno de los butacones un cheque de quinientos dólares, el que Don Eulogio enviaba mensualmente al hijo. Interrumpió su labor y se lo llevó directamente a Sor Juana.
- Bendito sea Dios, al viejo al parecer se le extravió este cheque el mes pasado. Iré a colocarlo en su mesita de noche así lo encontrará en la mañana.
25 de mayo del 2010
Toa Baja, Puerto Rico
E-mail: amendezjr@hotmail.com
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